6.26.2008

Centenario de Allende, parte 2

Salvadores


Ni las llamas traicioneras,
ni los fúnebres estadios,
ni las balas sobres nuestras cabezas,
ni el terror organizado.
Ni las manos amarradas,
ni el escondite ilegalizado,
ni las penas de nuestras madres,
ni el llanto desconsolado.
Ni el canto del villano,
ni el grito y el escupitajo,
ni la corriente, ni el calabozo,
ni los ojos vendados.
Ni el miedo en las alamedas,
ni las sirenas por todos lados,
ni mis manos temblorosas,
ni el castigo uniformado.
Ni la lejanía de mil voces,
ni el olvido de la mujer que amo,
ni la guitarra muda,
ni el poema desgarrado.
Ni cien años bastan,
ni mil años tampoco,
ni siquiera pensar en la derrota
si es tu senda en la que avanzamos.

Centenario de Salvador Allende

Allende (Mario Benedetti)



Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas,
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques.
Para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia,
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando.
Para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa,
una armada, una hueste, una brigada,
tuvieron que creer que era otro ejército,
pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques, más rencores,
más bombas, más aviones, más oprobios,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas,
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad.
Para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo

6.20.2008

A mis colegas

El domingo 15 de junio murió Hernán Barahona. Seguramente muchos se preguntarán quién es este tipo. Seguramente muchos no sabrán de su legado histórico, ni menos de su legado profesional. Meses atrás murió Pedro Pavlovic y la comunidad entera se sumió en la congoja y la pena. Se iba un "grande". Pero ese calificativo le quedaba sólo para su estampa, porque su legado intrascendente y vendido, sólo fue el representativo de una generación de periodistas sumisos y ciegos antes los atropellos. Porque mientras muchos colegas periodistas peleaban en las trincheras por una verdadera libertad de expresión, por darle tribuna a las voces que nunca fueron consideradas, otros hacían oídos sordos y se mostraban como los próceres reporteando la vuelta ciclista de Chile o poniéndo el micrófono a los artistas que venían al festival de viña. Mientras Pavlovic y compañía limpiaban su imagen facista y encubridora de los crímenes contra sus colegas, otros seguían en pie de lucha, desde la clandestinidad, desde los recovecos, con el fusil tras sus espaldas y con su voz como única defensa.
El compañero Barahona fue quien sacó adelante la radio Nuevo Mundo, voz de los olvidados, de los oprimidos, de los que no salen en late shows ni en prime time. De los que no reciben regalías para navidad, ni los que pagan su vida defendiendo los intereses de unos cuantos. Fue quien para el 11 de septiembre de 1973 estaba a cargo de la dirección de Radio Magallanes; quien rescató el mayor documento político e histórico del siglo xx y seguramente de los siglos que vienen. Fue él quien resguardó con su vida el último discurso de Salvador Allende, ése donde auguraba la apertura de las grandes alamedas y el paso del hombre libre, ése donde vitoreaba al pueblo, a los trabajadores y a Chile.
Barahona nunca construyó un imperio comunicacional, no sucumbió al dúopolio ni al golpe sensacionalista. No sucumbió al paso del tiempo ni al desgano generacional. No sucumbió ante los traidores del micrófono ni ante los nefastos de las prensas. Simplemente, nunca sucumbió.
Compañero y colega, desde este rincón saludo su ejemplo de consecuencia. Nunca serás nombrado en las aulas, ni recordado en el colegio de Periodistas, pero ambos sabemos que tu ejemplo es profundo, rebelde y revolucionario. Y no callaremos, aunque en eso se nos vaya la vida.