Ni las llamas traicioneras,
ni los fúnebres estadios,
ni las balas sobres nuestras cabezas,
ni el terror organizado.
Ni las manos amarradas,
ni el escondite ilegalizado,
ni las penas de nuestras madres,
ni el llanto desconsolado.
Ni el canto del villano,
ni el grito y el escupitajo,
ni la corriente, ni el calabozo,
ni los ojos vendados.
Ni el miedo en las alamedas,
ni las sirenas por todos lados,
ni mis manos temblorosas,
ni el castigo uniformado.
Ni la lejanía de mil voces,
ni el olvido de la mujer que amo,
ni la guitarra muda,
ni el poema desgarrado.
Ni cien años bastan,
ni mil años tampoco,
ni siquiera pensar en la derrota
si es tu senda en la que avanzamos.