7.09.2008

Canciones para subir el ánimo

Cuando las cosas no resultan, cuando no se sabe nada, cuando el paso en falso es más que un miedo, cuando me pierdo en el torrente, cuando me ahogo en el humo verdoso, cuando canto a la sala vacía, cuando leo lo que escribo, cuando despierto en el sueño, cuando sueño despierto, cuando me ato de pies y manos, cuando me congelo, cuando me lluevo. Para eso y otras cosas más, un par de temas siempre ayudan para evitar seguir mordiéndose la lengua y tragarse la sangre. Catarsis, terapia de shock. Música, simplemente eso.

Ranking :
1º- Elvis, My Way



2º- Incubus, Mexico



3º- Pedro Aznar, Que he sacado con quererte (Violeta Parra)



4º- Víctor Jara, Manifiesto



5º- Silvio Rodríguez, El Necio



6º- Beck, Everybody´s got to learn sometimes



Bonus track
Pink Floyd, Confortably Numb

7.03.2008

Recuerdos extraños

Son días de reuniones con viejas amistades. Volver a compartir con los amigotes de la U y ahora con los del Nacional. Con esos que hace 10 años se iban a matar porros a Calama, pero sin la funa televisiva tras las nucas. Recordando una de las tantas aventuras, se me vino a la memoria aquella tarde deportiva cuando revertimos la nefasta campaña en el campeonato de Fútbol del Instituto. Luego de un par de goleadas en contra, necesitábamos un miserable empate para pasar a segunda ronda. Ya con el pesimismo sobre nuestras espaldas y con la derrota anticipada en nuestras cabezas, fuimos a jugar sólo por el compromiso. En frente teníamos al 3º no sé cuanto, donde su máxima estrella era un regordete talentoso al que no por nada le decían "El Maradona". Nosotros no más contábamos con una delantera integrada por un poco habilidoso Nicolás y Fofas, el jugador con peor estado físico del torneo. Además estaban Las Torres Gemelas Olivares y Cartes, el escurridizo y manosuelta Joaquín Contreras, el Bombardero Israel, el Locomotora Villanueva, entre otros. Por supuesto, al arco yo, el Araña Negra.
El partido, como muchos otros, fue de mal en peor, pero aperrábamos con el empate y con la clasificación. Eso hasta que una injustificada falta de Cartes dentro del área nos dejaba con una pata fuera del campeonato. Frente al punto penal, "El Maradona"; bajo los 3 palos, yo.
Sonó el pitido del árbitro. Luego, la carrera del Maradona hacia la pelota, su cara de furia, su pie sobre el balón, el silbido de la pelota rompiendo el viento, la atenta mirada de mis compañeros... mi nula respuesta después del disparo. Para no quedarme parado, cerré los ojos y me lancé hacia la nada, pensando en si sería fuerte el costalazo. Estiré la mano casi por compromiso, imitando aquellas voladas del Goyco en Italia 90. El cliché de los segundos convertidos en eternidad se hacía comprobable, porque me sentía volando a lo Benji Price. Eso hasta que una inoportuna piedra se incrustó en mis costillas tras el aterrizaje. En medio del dolor, el grito victorioso de mis compañeros anunciaban la proeza. Según los propios testigos, me pegué una volada inigualable que mandó la pelota al corner. Los gritos de júbilo me rodeaban, mientras en el punto penal el Maradona se arrodillaba y tapaba su cara con las manos. El partido terminó a los pocos minutos y celebramos nuestro pequeño triunfo moral, porque a pesar del empate, igual quedamos eliminados.
Buenos tiempos y recuerdos, aunque lejanos. Tanto que incluso las historias pueden sufrir algunas pequeñas variaciones y distorciones, pero sólo las suficientes para convertirlas en esos mitos que nos alegran la vida.

6.26.2008

Centenario de Allende, parte 2

Salvadores


Ni las llamas traicioneras,
ni los fúnebres estadios,
ni las balas sobres nuestras cabezas,
ni el terror organizado.
Ni las manos amarradas,
ni el escondite ilegalizado,
ni las penas de nuestras madres,
ni el llanto desconsolado.
Ni el canto del villano,
ni el grito y el escupitajo,
ni la corriente, ni el calabozo,
ni los ojos vendados.
Ni el miedo en las alamedas,
ni las sirenas por todos lados,
ni mis manos temblorosas,
ni el castigo uniformado.
Ni la lejanía de mil voces,
ni el olvido de la mujer que amo,
ni la guitarra muda,
ni el poema desgarrado.
Ni cien años bastan,
ni mil años tampoco,
ni siquiera pensar en la derrota
si es tu senda en la que avanzamos.

Centenario de Salvador Allende

Allende (Mario Benedetti)



Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas,
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques.
Para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia,
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando.
Para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa,
una armada, una hueste, una brigada,
tuvieron que creer que era otro ejército,
pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques, más rencores,
más bombas, más aviones, más oprobios,
porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz,
para golpear su frente limpia de pesadillas,
tuvieron que convertirse en pesadilla.
Para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad.
Para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo

6.20.2008

A mis colegas

El domingo 15 de junio murió Hernán Barahona. Seguramente muchos se preguntarán quién es este tipo. Seguramente muchos no sabrán de su legado histórico, ni menos de su legado profesional. Meses atrás murió Pedro Pavlovic y la comunidad entera se sumió en la congoja y la pena. Se iba un "grande". Pero ese calificativo le quedaba sólo para su estampa, porque su legado intrascendente y vendido, sólo fue el representativo de una generación de periodistas sumisos y ciegos antes los atropellos. Porque mientras muchos colegas periodistas peleaban en las trincheras por una verdadera libertad de expresión, por darle tribuna a las voces que nunca fueron consideradas, otros hacían oídos sordos y se mostraban como los próceres reporteando la vuelta ciclista de Chile o poniéndo el micrófono a los artistas que venían al festival de viña. Mientras Pavlovic y compañía limpiaban su imagen facista y encubridora de los crímenes contra sus colegas, otros seguían en pie de lucha, desde la clandestinidad, desde los recovecos, con el fusil tras sus espaldas y con su voz como única defensa.
El compañero Barahona fue quien sacó adelante la radio Nuevo Mundo, voz de los olvidados, de los oprimidos, de los que no salen en late shows ni en prime time. De los que no reciben regalías para navidad, ni los que pagan su vida defendiendo los intereses de unos cuantos. Fue quien para el 11 de septiembre de 1973 estaba a cargo de la dirección de Radio Magallanes; quien rescató el mayor documento político e histórico del siglo xx y seguramente de los siglos que vienen. Fue él quien resguardó con su vida el último discurso de Salvador Allende, ése donde auguraba la apertura de las grandes alamedas y el paso del hombre libre, ése donde vitoreaba al pueblo, a los trabajadores y a Chile.
Barahona nunca construyó un imperio comunicacional, no sucumbió al dúopolio ni al golpe sensacionalista. No sucumbió al paso del tiempo ni al desgano generacional. No sucumbió ante los traidores del micrófono ni ante los nefastos de las prensas. Simplemente, nunca sucumbió.
Compañero y colega, desde este rincón saludo su ejemplo de consecuencia. Nunca serás nombrado en las aulas, ni recordado en el colegio de Periodistas, pero ambos sabemos que tu ejemplo es profundo, rebelde y revolucionario. Y no callaremos, aunque en eso se nos vaya la vida.

5.27.2008

Cuando cambie

Ahí estaban, frente a frente, con las miradas encontradas en un punto del universo indescifrable, perdido en medio de la oscuridad, del tiempo y del olvido. El flaco apretó sus puños con fuerza, tanto que comenzó a enterrarse las uñas en la palma. No se dio cuenta. Las piernas le temblaban, tenía miedo y un sudor frío comenzaba a empapar sus sobacos. Tenía miedo de mearse. Tenía un miedo conchesumadre a muchas otras cosas, pero ahí seguía, a pesar de todo, con una decisión que hasta a él mismo le parecía extraña.
Le dieron ganas de vomitar. Comenzó a respirar corto y rápido, tratando de evitar devolver el sabor ácido que subía por su garganta. "Pega culiao, pega", pensaba repetidamente y sin parar, como metralleta cargada de proclamas victoriosas. Los músculos de la espalda se le tensaron. Apretó los dientes con fuerza y arrugó el ceño. El corazón le latía descontrolado. Así quedó esperando el primer golpe, el puño certero y furioso sobre su cara, sobre su ingenua idea de que podría soporarlo.
Finalmente se meó. Mojó sus pantalones y las zapatillas. El piso se inundó con su orina rojiza, ensangrentada desde la última paliza que su viejo le había dado. Y ahí estaban nuevamente, el flaco con su miedo eterno y el viejo borracho con sus ganas de hacerlo mierda.
El flaco no se dio cuenta cuando la mano del viejo estaba sobre su cara. Tampoco se dio cuenta cuando estaba tirado sobre el piso meado. No sintió los pisotones sobre su espalda ni la voz de su madre que desde algún lugar de la casa gritaba que por favor parara todo esto. El flaco cerró los ojos, nubló su mente, esperó que la noche pasara rápido y en murmullos repitió una y otra vez que esta sí sería la última. Y pensando en ese deseo victorioso esperó el nuevo día.