7.03.2008

Recuerdos extraños

Son días de reuniones con viejas amistades. Volver a compartir con los amigotes de la U y ahora con los del Nacional. Con esos que hace 10 años se iban a matar porros a Calama, pero sin la funa televisiva tras las nucas. Recordando una de las tantas aventuras, se me vino a la memoria aquella tarde deportiva cuando revertimos la nefasta campaña en el campeonato de Fútbol del Instituto. Luego de un par de goleadas en contra, necesitábamos un miserable empate para pasar a segunda ronda. Ya con el pesimismo sobre nuestras espaldas y con la derrota anticipada en nuestras cabezas, fuimos a jugar sólo por el compromiso. En frente teníamos al 3º no sé cuanto, donde su máxima estrella era un regordete talentoso al que no por nada le decían "El Maradona". Nosotros no más contábamos con una delantera integrada por un poco habilidoso Nicolás y Fofas, el jugador con peor estado físico del torneo. Además estaban Las Torres Gemelas Olivares y Cartes, el escurridizo y manosuelta Joaquín Contreras, el Bombardero Israel, el Locomotora Villanueva, entre otros. Por supuesto, al arco yo, el Araña Negra.
El partido, como muchos otros, fue de mal en peor, pero aperrábamos con el empate y con la clasificación. Eso hasta que una injustificada falta de Cartes dentro del área nos dejaba con una pata fuera del campeonato. Frente al punto penal, "El Maradona"; bajo los 3 palos, yo.
Sonó el pitido del árbitro. Luego, la carrera del Maradona hacia la pelota, su cara de furia, su pie sobre el balón, el silbido de la pelota rompiendo el viento, la atenta mirada de mis compañeros... mi nula respuesta después del disparo. Para no quedarme parado, cerré los ojos y me lancé hacia la nada, pensando en si sería fuerte el costalazo. Estiré la mano casi por compromiso, imitando aquellas voladas del Goyco en Italia 90. El cliché de los segundos convertidos en eternidad se hacía comprobable, porque me sentía volando a lo Benji Price. Eso hasta que una inoportuna piedra se incrustó en mis costillas tras el aterrizaje. En medio del dolor, el grito victorioso de mis compañeros anunciaban la proeza. Según los propios testigos, me pegué una volada inigualable que mandó la pelota al corner. Los gritos de júbilo me rodeaban, mientras en el punto penal el Maradona se arrodillaba y tapaba su cara con las manos. El partido terminó a los pocos minutos y celebramos nuestro pequeño triunfo moral, porque a pesar del empate, igual quedamos eliminados.
Buenos tiempos y recuerdos, aunque lejanos. Tanto que incluso las historias pueden sufrir algunas pequeñas variaciones y distorciones, pero sólo las suficientes para convertirlas en esos mitos que nos alegran la vida.