3.09.2008

la incomodidad del amor

Hace un par de días un niño de no más de 6 años me preguntó qué era el amor. Más allá de la incomodidad que un cabro chico te interrogue, el problema fue que realmente no tenía respuesta alguna. Respondí una tontera que ni siquiera hoy me acuerdo. Seguramente un chiste machista, o una frase media resentida como "el amor es un invento del mercado" o "es una tortura implantada desde la época de Pinochet". Para variar, estuve dándole vueltas a la situación por mucho rato. Porque más allá de todo planteamiento filosófico pajero o sentimentalismo mamón, debo reconocer que años atrás pude ver el amor, lo vi flotar e impregnar una sala llena de personas, cada una de ellas perpleja ante tal demostración.
Fue el verano del 2005. Hacía calor y yo estaba vestido lo mejor que podía. Habían varios familiares, uno que otro desconocido. También había una mujer como de 30 años que tampoco había visto nunca. La miré bastante rato, cada detalle. En su blusa escotada me quedé pegado varios minutos. Me calenté mirándole las tetas. Para no quedar en evidencia ante tantas personas, miré para otro lado. Observé todo y a todos. Cada uno con cara de culo, aburridos, acalorados, disimulando el hastío, el asco intrínseco que producen los velorios. Me topé de frente con los ojos inquisidores del cristo de yeso colgado sobre una de las paredes. Con su mirada de borrego intentó inyectarme culpa. Sólo logró que volviera a mirarle el culo a esa mujer, que tiempo después supe que era una tía lejana. Fue en ese momento que mi abuela entró a la sala, de riguroso negro, aferrada a los brazos de mi vieja, sosteniendo apenas un ramo de flores blancas. Todos quedaron en silencio y le abrieron el paso hacia donde estaba el féretro. Me acordé de la escena en que Moisés abría las aguas del mar para que pasaran los judíos. Volví a mirar al cristo, ahora en complicidad.
En la sala nadie hablaba. Sólo se escuchaba el taconeo de mi abuela. Mi vieja se quedó a un lado y soltó su brazo. Nunca había visto llorar a mi abuela. Tal vez sí, pero nunca de esa forma. Las lágrimas iban recorriendo los zurcos de su cara, en forma ordenada. Se sacó los lentes e intentó secarse, pero lloraba tanto que era improductivo hacerlo. Creo que se dio cuenta, porque volvió a ponerse los lentes. Dejó las flores sobre el ataúd y puso su mano sobre el vidrio. Yo estaba a varios metros, no podía oír lo que decía, pero al verle los labios leí claramente un "nos veremos muy pronto". Mi tío, el "tío Memo" como le decíamos todos los sobrinos, era el último hijo vivo que aún le quedaba a mi abuela. El último de cinco. Murió de cáncer y no dejaron de pelear hasta su último día vivo. Y ahí estaba mi abuela, dejando ver su amor en un llanto incontrolable, en su temblor de manos, en su boca desfigurada tratando de articular algo más que susurros incomprensibles.
Explicarle a un niño dónde y cuándo había visto el amor era una tarea complicada. Seguramente algún día sabrá lo que es, posiblemente llegue a vivirlo. Tal vez lo tenga en frente y no pueda hacer más que quitarle la mirada, tal como lo hice yo ese día, incapaz de soportar tanto afecto inservible.