10.02.2007

Discursos y acciones

Las letras en la pantalla se nublan, se distorcionan y me marean. Frases sin sentido, ideas que pueden ser buenas, pero que caen en el letargo del pensamiento. Discusiones de barra, infinitas posiblidades para una revolución que se posterga. Labios rápidos que escupen disculpas, esa es la defensa de los que se piensan en la ofensiva. Revientan la pelota lejos, siendo que lo mejor es pararla contra el banderín del corner y jugarla con inteligencia, como diría mi amigo tocayo del "Che". Me aburren los que hablan mucho. Se dedican a acumular oraciones en la lengua para matar el silencio, aquel momento del enfrentamiento en que el versus es uno mismo. ¿Por qué será tan incómodo el quedarse sin habla, sin un parlamento que rellene la escena, sin un diálogo que acompañe la compañía? Pienso en el vacío, en la soledad en medio de la multitud, en el estadio sin gente un domingo por la mañana. No confío en los que hablan mucho. Las mentiras son las mejores armas de las lenguas apasionadas, de aquellos que necesitan ser queridos, de los que venden su alma para sentirse incluidos y verse como los protagonistas de una serie de Warner Channel. El habla es la fantasía, es el paradigma de una vida que no es, que no está, que alguna vez pudo ser. Propagandistas con micrófono en una tienda del centro, ofreciéndose como putas en una vitrina sin cortinas. La dictadura del adjetivo calificativo promueve las ideas superfluas, los discursos llenos de giros y contragiros, vueltas en el aire, camisas de 60 lucas compradas a mitad de precio por fallas en las costuras.
El silencio duele porque nos deja en pelotas. La ensoñación del bacán sucumbe frente al espejo post ducha, con la guata media caída y la pichula escondida entre las piernas. El tufo ácido y la cagada hedionda. Somos actos y acciones, somos votos nulos y caminatas largas por la alameda. Somos las pocas monedas en los bolsillos, el miedo de marcar los siete números en el teléfono, las manos sudorosas en aquellas esperas. Por mi parte, soy nazo, el de la nariz grasituda, el que hace tonteras por pocas monedas, mientras sale el timbre para la partida.