8.25.2007

Gancho al cerebro

Hace un par de días escuché una frase que me quedó dando vueltas. El escenario era el siguiente: una fila de personas esperando conseguir una entrada para ver una película. La cola llegaba incluso fuera del cine, donde el frío era tan pesado que molestaba hasta en los ojos. Las caras intelectualoides de mirada altiva, indigandas por la espera, se imbuían en conversaciones inteligentes. La intelectualidad con plata, el arte hecho por y para ricos. La elite artística chilena completa estaba ahí, esperando en la más común de las filas. Hace tiempo me di cuenta que la cultura es para pocos. Para aquellos que tienen tiempo y plata para dedicarse a cultivar un "hobby". Porque para estos sectores, pintar, escribir o hacer cine es un actividad cool, con lo que pueden hablar en abstracto y sacarse de encima su imagen de ignorancia que arrastran desde siempre. Otro de los grande asesinatos de la dictadura, porque Pinochet mató la cultura. ¿Cómo recuperar aquellos tiempos donde personajes como Victor Jara, sumidos en la pobreza, se convertían en referentes para el teatro y la música?, ¿Cómo hacer para que Matta vuelva a las calles a pintar sus murales junto a la brigada Ramona Parra? Cosas raras, hasta las manifestaciones intrínsicamente populares han pasado a formar parte de esta elite. Hip Hop, Punk, Grafittis... todo tiene valor agregado si es hecho por los conocidos de siempre. A los pobres no nos queda más que seguir sufriendo las injusticias perpetuas, porque para jerarquizar los pocos pesos que se ganan, es preferible comprar pan o pagarle luz y agua a estos españoles ladrones. La cultura no es un derecho, sino que un lujo. En fin. La fila de cuicos inteligentes seguía sin moverse, calentando el panorama con complejas teorías acerca del surrealismo, cubismo, de la última novela de Pablo Somonetti, de la obra teatral del momento, del nuevo café de la Pepa Chadwick (que tiene el mejor croisant con crema "tullé") o de lo simpático que es Alejandro Jodorowsky. Ahí, en ese momento, en ese desierto de mierda olorosa, un vagabundo enjunto en carnes se acercó a la fila para lanzar la proclama revolucionaria, un escupitajo directo a su soberbia superficial, el gancho al cerebro que todo esperamos dar: "Ustedes, burgueses simplones, pagando para hacerse una idea de lo que es la realidad". Filosofía en estado puro, burbujeante y aún calurosa, como sangre que brota de un disparo recién hecho. Una frase inolvidable, llena de verdad y sabiduría, que la fila prefirió dejar pasar... la película ya iba a comenzar.