9.07.2007

Mono porfiao

Hoy se cerró el plazo para enviar los textos para el "Santiago en 100 palabras". Como era de esperar, yo participé con tres microcuentos, los que seguramente no serán valorados por el jurado(igual como le pasa a toda mi obra). Es por eso que los subo en mi blog, porque seguramente no serán publicados por nadie. Como se supone que los cuentos no deben aparecer en internet y como me importan un pucho las normas y como no pierdo nada, porque este blog apenas los leo yo, los subiré. Si llego a ganar, no digan que antes los habían leído en vuestra página favorita: ganchoalcerebro.blogspot.com. Disfrutad.
N.A.: Algunos de estos cuentos son versiones "acortadas" de otros textos que ya aparecieron en esta página.



DESPEDIDA

Eran las 00:30 y poca gente andaba por las calles. Ella prendió un cigarro, mientras yo intentaba crear algún tema para evitar la despedida. Pensé en actualidad, deportes y en todas esas conversaciones incompletas que tuvimos. El cigarro se consumía lento, pero yo seguía sin decir palabra. De la nada, como en las películas, apareció un taxi. Ella tiró el pucho, subió al auto y cerró con un portazo. Eran las 00:35 y en la calle nadie quedaba, salvo por el auto que partía con el semáforo en rojo y yo, que recogía del piso el cigarro a medio fumar.

EL LADRIDO DE AJAX

Ajax era el pastor alemán de mi abuela. Nadie sabía cómo ni cuándo había llegado. Según contaba mi hermano, ese perro siempre estuvo en la casa, casi como un ser mitológico. Yo compartí con Ajax los últimos días de su vida, cuando estaba postrado en un rincón húmedo del patio, convertido en una mota de pelos infestada de garrapatas. Sin querer, una tarde le pegué un pelotazo en el hocico. Levantó la cabeza con mucho esfuerzo e intentó reclamar, pero su ladrido se ahogó en una tos moribunda. Hasta el día de hoy, todos creyeron que Ajax murió de viejo.

FUNCIÓN TEATRAL

La fila para entrar a la obra llegaba incluso fuera del teatro. Hacía frío y llovía, pero nadie quería perderse aquella función. Pasaban los minutos, pero no se avanzaba. Algunos fumaban, mientras analizaban complejas teorías filosóficas. Más allá discutían sobre política y decisiones macroeconómicas. Los menos esperábamos en silencio. En eso se acercó al teatro un vagabundo flaco y hediondo, con sus mechas empapadas. Se paró frente a la fila, dio una feroz mirada y sentenció: “Estos burgueses, pagando para hacerse una idea de la realidad”. Las palabras se perdieron en la lluvia, justo cuando la gente comenzaba a entrar.